martes, 5 de febrero de 2013

Capítulo 8. Despertar. (Alessandra)

Una misteriosa calma reinaba en mi cabeza. Mis pensamientos no eran coherentes, iban y venían como las olas del mar. Me costó desperezarme. Tenía la cabeza pesada y no conseguía centrarme en nada. Había unas voces lejanas que me eran vagamente familiares, parecían estar discutiendo.
-¡Es que no se cómo se te ocurre Jack! –gritaba una voz claramente femenina.
-Por última vez Mireia, lo necesitaba, no podíamos esperar más –decía el chico una y otra vez; parecía preocupado, como intentando disculparse.
La conversación se desvaneció tan pronto como había comenzado. Las voces se volvieron incomprensibles, casi inaudibles. Poco a poco fui volviendo en mí y empecé a pensar con claridad. Mi último recuerdo era estar en una habitación nueva para mí, llena de artilugios, junto a Jack y mirábamos fijamente un gran un gran boquete rojo en la pared. Me quedé embobada en ese recuerdo y no me di cuenta de que las voces habían vuelto hasta que fue muy tarde. Esta vez sonaban más claras y firmes por lo tanto averigüé que se habían acercado. Una voz masculina se unía ocasionalmente a la conversación Parecía estar más pendiente de otra cosa, vigilando algo o a alguien. La última voz era más grave que las demás y me parecía haberla escuchado muy recientemente, no como la de Jack, si no mucho más tranquila y cauta.
-A lo hecho pecho, -repetía este- si el chico la ha traído hasta aquí no vamos a devolverla sin antes comprobarlo ¿no? –era una pregunta retórica, carecía de respuesta.
-Pero tenía que habernos consultado antes –replicaba la chica con voz chillona. Creía haber escuchado antes que se llamaba Mireia.
El chico cuyo nombre no recordaba suspiró. Noté como se movían a mi alrededor, lo que hacía que me sintiese incómoda. Una mano suave, firme y decidida me rozó el brazo, casi como una caricia. Se me erizó el vello y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
-Vaya –exclamó- parece que nuestra bella durmiente se está depsertando.
Este comentario me hizo sonreir. Acababa de reconocer esa voz; era Cory. Abrí los ojos, poco a poco, acostumbrándome a la luz. Lo primero que vi fue un gran ventanal cubierto con unas cortinas por lo menos, llamativas. Me di cuenta de un detalle que antes no me había parecido relevante. Estaba en una cama, y no de esas cochambrosas, si no una cama mullida y elegante; con una almohada blanca y pulcra bajo la cabeza  y cubierta con un excelente edredón regio. Parecía una reina. Traté de incorporarme para poder visualizar a mis veladores.
-Buenos días princesa –dijo Cory sonriendo.
-Hola Ale –me saludó Jack; parecía enormemente cansado.
-Hola, ¿qu-qué ha pasado? –pregunté fingiendo estar aturdida.
-Parece ser que te desmayaste en un pasillo y Jack, que casualmente estaba por ahí, te cogió y pensó en llevarte a su casa –mintió Cory.
-Ah –titubeé, en realidad no me lo creía pero lo dejé estar- pero, ¿Qué haces tú aquí? –pregunté en un tono más bajo, para que solo me escuchase Cory.
-¿Veis? –gritó inesperadamente Mireia- Os lo dije, os dije que preguntaría –cruzó los brazos, frustrada.
Cory volvió a suspirar y se levantó de la cama, lentamente. Todos estaban exhaustos y sus rostros estaban demacrados, como si hubiesen corrido una maratón. Me sentía extrañamente culpable. Pensé que lo mejor sería cambiar de tea y dije lo primero que se me vino a la cabeza.
-Se ha quedado buena tarde ¿no? –mis palabras salieron sin pensar.
Mi comentario provocó las carcajadas de Cory y Jack, pero Mireia bufó de indignación y salió de la habitación enfadada. Empecé a levantarme pero Cory me lo impidió acusando al gran cansancio que debería estar sintiendo. Pero o me encontraba perfectamente. Decía que tenía que estar en la cama hasta comprobar que no había sufrido ninguna lesión. Sabía que eso era mentira por lo que había escuchado antes pero no me apetecía discutir con ellos. Sabía que no conseguiría convencerles de lo contrario. Jack se ausentó para traer un vaso de agua y tratar de hablar con Mireia. “Este es mi momento” pensé.
-Oye, ahora que estamos solos –comencé a decir- dime la verdad, ¿Qué está pasando? –mi voz sonaba firme y segura. Cory me miró casi con pena.
-Ale en realidad no te desmayaste, bueno sí, pero no accidentalmente. Jack estaba contigo y no te trajo aquí por casualidad. –explicó.
-Eso ya me lo suponía yo, pero no te preguntaba por eso si no por todo esto. Cory, ¿quién eres? ¿Por qué Nicolette no pudo verte en el callejón? ¿Por qué cada vez que hablo de ti con alguien se le olvida todo? ¿Qué pasa? –me salían todas las preguntas de golpe, dudaba mucho de que me respondiese a todas.
-Todavía no puedo decirte nada Al, tienes que pasar algunas pruebas –me dijo con infinito cariño y me miró, con esos ojos llenos de coraje y secretos que todavía no podían ser resueltos.

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